lunes, 15 de agosto de 2011

La tempestad

Seguramente alguien, yo misma
iba con la asfixia del deseo, el tuyo
antes que el desaliento
aventara para siempre de tu piel de lava,
dejando la apatía en rima de tristeza.

Te busqué un nombre,
y con dos gotas de lilas,
te prendí la luna dentro.

Antes de que enfermaras, recuerdo
que en vísperas de lluvia,
un mar lento se perdía en la turbación de mis senos azules,
cubriéndose de peces.

En las inscrustaciones del ámbar, tus rizos,
inmarchitable corola de espliego.

Era tu cuerpo la perfección,
el camino absoluto en la alquimia de mi piel,
desde donde te erguías, como un anfibio hambriento,
como el delfín abatido que ordenaba la plata.

Luego seguías el rastro de mi hermosura
hasta la tempestad,
hasta el mismo vértice del aire,
y desaparecía en la niebla azul de mis marismas.

Exhausto,
a la deriva de ti mismo,
tragabas el mar en carne viva la infinitud.
Piras ardientes en racimos abstractos.

Te ahogabas en el trastorno de la placidez,
en irisaciones geométricas de mi ombligo de agua.
Derrotado, surcabas las calas celestes del frescor
en viboritas de espuma.

Delicada y transparente
se mostraba la dulzura en mis ojos
con arriates de granados.

Me mirabas y te extinguías.

A mí me pasaba la marea por dentro;
después, sacudía mi pelo hinchado del relente del que bebieran las
gaviotas.

Mi cuerpo era un arrecife de luz,
y el vientre me olía a sombra.

Así, despacio... serenamente,
como un regato dulce chorreando mar,
amainé en la hermosa tristeza de tu corazón náufrago.

Luego abrí el cofre de tus sueños
como quien rasga el mármol coralino de un océano de frío.
Y fui sirena, banco de aljibes.
fui la lentitud que se despeñara ardiendo por la ruta navegable de tu
espalda.

Mi boca era la única que tenía el mar;
atlántico de chilindros, fondo de moras del que bebieras.
¿Cómo vas a olvidarlo,
si cuando te besaba
del último jirón de la sangre
te colgaba un cesto de plancton y frutas?

El aire se hacía sal.

Yo te envenené de vida,
finalmente, de todo el amor que no tendrás.

Maribel DOMÍNGUEZ REAL, "La tempestad"

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