Que todo se mueve parece una certeza.
Las ramas del alerce se cobijan
en la brisa cada tarde,
alientan en mi piel, vapor de arroyo,
y afirman la certidumbre en mis sentidos.
Zenón erigió el dilatado intervalo
hacia la nada, como prueba del instante.
Derivó de la dicotomía entre el permanecer
y el andar dividiendo en uno mismo
el propio miedo, la imposibilidad de avanzar.
Pero la semejanza entre la quietud
y el vértigo absoluto de vivir efímeros
tiene en tus ojos y tus manos, su evidencia.
Prolongas tus caricias, y tu tacto
me acerca a lo imposible de otro modo.
Me hace concebir lo perdurable,
más allá del espacio, en tu mirada,
que ahora custodia inmóvil a la mía,
y me dicta la sentencia de tu carne,
a la que el tiempo vencerá, sin duda alguna,
aunque ya ha dejado su herida sobre el tiempo.
La lógica es fugaz, igual que el mundo,
y el infinito en tu ser tiene el perfil
de las cosas que suceden y se marchan.
Sin embargo, ante la posibilidad de estar
eternamente quieta y sola y no morir,
y el aceptar que tiene fin aquello
que está vivo, y que yo amo,
resuelvo la paradoja entre tus brazos.
Asunción ESCRIBANO, "Aquiles y la tortuga"
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