Cuando alguien dice luna y se sonríe,
que no crea que inventa la palabra,
que no se regodee en el latido
de la lengua creciéndole en la boca
como un cetáceo rojo y abisal.
Ella está afuera, es carne de su carne,
no habita ni se asienta entre nosotros,
se pertenece a sí, nada le incumbe
la vibración carnal de los fonemas.
Por más delicadeza en cada gesto,
el que asienta las cuerdas musicales
sobre el violín templado por el habla,
ella está arriba y no nos pertenece,
tampoco a cada niño que trastorna
su aprendizaje lento y laborioso
y descubre esas letras encendidas
contra la noche inmensa, dilatada.
El nombre es sólo un golpe de humedad,
un trazo de saliva y de calor
que empapa a quien se busca y reconoce
en el pulso de su animal varado.
Aun cuando no podamos mencionarla,
atónitos de pronto en la secuencia
del signo enmudecido y de su sombra,
aun cuando no sepamos escribir
las cuatro pequeñísimas partículas
del aire ennegrecido por la tinta,
ella es ajena a su propio relumbre,
al canto y floración de las mareas,
al nombre como un gesto del amor
con su escarcha de luz y su derrota.
MªÁngeles PÉREZ LÓPEZ, "Cuando alguien dice luna y se sonríe..."
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