No ha parado la noche de exudar cansancio.
Todo está quieto en el brocal del mundo
que ilumina leve la luz de una farola.
Sostengo el silencio de mi respiración
como si fuese un pájaro que quiere alzar
el vuelo arrastrado por la nada
que circunda mi cuerpo frágil y su vida.
Extiendo los dos brazos para ver si puedo pulsar
la sutura de lo que no tiene extensión
y aún así se extiende hacia el abismo.
Y percibo lo curvo que es el tiempo
en un mar dilatado de vacío.
Recuerdo una cita de mi infancia:
"Lo que fue, eso será; lo que se hizo,
eso se hará; nada nuevo hay bajo el sol".
Pienso si la noche es diferente,
si avanza en línea recta y da cobijo
a aquello que redime,
o si insiste rítmica en el miedo,
gemido inseparable del enigma.
Miro a mi lado y te contemplo sometido
profundamente al sueño,
y tengo la impresión de no alcanzar la paz
que tiene tu rostro en este instante.
Cojo tu mano y acaricio mi vida en ella
-se toca la verdad en el silencio
con más convicción y mansedumbre
que en la forma donada a los sentidos-.
Y a pesar de renunciar a la certeza
de lo que avanza y espera en el futuro,
desearía ahora condenarme a repetir infi-
nitamente repetir el mismo gesto.
Asunción ESCRIBANO, "Eterno retorno"
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